Relaciones interpersonales sanas: “pedir, no exigir”
Existe un acuerdo social bastante generalizado que sostiene: “ser exigente es tener éxito”. En la experiencia cotidiana de las relaciones interpersonales afectivas está demostrado que presionar a los otros para aceptar nuestras posiciones (pensamientos, sentimientos y acciones) no resulta exitoso sino que, más bien, es un fracaso.
En nuestros vínculos con las personas más significativas tendemos a exigir y a imponer lo que queremos, más frecuentemente si la relación está en crisis o en un momento de conflicto. Creemos que tenemos el derecho de obligar a quien nos quiere y queremos, a moverse hacia lo que nosotros necesitamos pasando por alto sus propias necesidades. Esta forma de vincularse está asociada con sobreponer el ego al “nosotros”.
Los psicólogos, en nuestras consultas, observamos que las parejas, en las cuales uno es exigente y el otro está exigido, presentan problemas de comunicación y trastornos emocionales.
Presionar y empujar a la otra persona aumenta el número de veces en que cede a nuestras demandas, pero progresivamente disminuye la cualidad de la relación. Es decir, el exigente y el exigido se sentirán cada vez más insatisfechos porque no hay libertad de elección compartida, puesto que ha desaparecido la decisión conjunta y pactada. Así pues, la relación se deteriora quedando reducida a distanciamientos emocionales, en ocasiones, insalvables.
Por lo tanto, para que los vínculos con el otro sean buenos y seguros hay que pasar de la exigencia a la petición. Hay que aprender a pedir, puesto que desde esta posición expresamos nuestros deseos de forma saludable y el otro puede decidir desde su propia libertad: decir que no cuando no esté de acuerdo, proponer alternativas y sentirse partícipe de las decisiones de lo que sucede en su vida.
Y, pues, ¿por qué exigimos más y pedimos menos? Porque tenemos miedo ante la incertidumbre que implica que la otra persona también tenga control y poder.
Karen Horney, psicóloga clásica reconocida por los estudios actuales en comportamiento humano, en su libro “La personalidad neurótica de nuestro tiempo”, refiere que el exigente: “No se da cuenta hasta qué punto su hipersensibilidad, hostilidad y sus rigurosas exigencias entorpecen sus propias relaciones sociales; tampoco es capaz de advertir el efecto que produce en los otros o las reacciones de estos ante él. Como resultado, le es imposible comprender porque sus amistades, su matrimonio, sus amores y sus conexiones profesionales fracasan tan a menudo”.
Encarna Expósito Espejo
Psicóloga Adultos
Núm. Col. 19826
Vidal&Espejo Psicòlogues